Tres conductas que determinan lo que eres

Nos comportamos y relacionamos con el mundo de acuerdo a nuestros programas mentales, muchos de estos han sido instalados en nosotros de manera muy sutil y sin que nos demos cuenta, de igual manera seguimos los mismos patrones que impusieron nuestros padres y por consiguiente terminamos condicionando la vida de nuestros hijos.

Estas tres actitudes de los padres hacia sus hijos causan marcas que podemos evitar si las entendemos:

EL MIEDO

Caso 1 – Hace unos días estaba en un parque y observé la siguiente escena: Un anciano fotógrafo que hace su trabajo usando un caballito de madera se ha descuidado y se acerca una niña de unos tres o cuatro añitos a tocar el caballito, la madre cuando se percata de que la niña se acerca al caballito le grita diciendo “¡te va a morder!” inmediatamente la niña corre asustada. Seguramente la madre busca que la niña respete lo que no le pertenece y eso está muy bien, pero, ¿por qué algunas madres y padres eligen la opción de sembrar el miedo en vez de enseñarles a sus hijos el respeto por los demás y por las cosas ajenas? Es que definitivamente el miedo es una de las más eficaces herramientas de control social que existen, crecemos con estímulos hacia el miedo constante, nuestros padres, profesores, las figuras de autoridad, la religión etc. Nos enseñaron a temer a muchas cosas, algunas ciertas y necesarias pero otras fueron miedos infundados, sin razón.

Es tan poderoso el miedo para controlar a los niños que nos encontramos constantemente con personas que no exploran otras opciones, sino que optan en primera y única instancia por sembrar un miedo, para esta madre del caso que presento, es más fácil asustar a su niña, hacerla creer que el caballo va a cobrar vida, que enseñarle aspectos como el respeto, porque para esto último requiere un mayor esfuerzo, una explicación acompañada de un  tono de voz diferente, algo a lo que nunca sus padres le enseñaron.

LA CULPA

Caso 2 – Una pareja de casados, tienen una nena de 5 años, reciben la visita sorpresa de un compañero de trabajo del esposo y al llegar este se encuentra con la casa en total desorden, la pareja saluda y la esposa pide disculpas diciendo: “perdón por el desorden, es que nuestra niña es un terremoto”, luego el esposo se ofrece llevar al amigo hasta su casa ya que vive un poco cerca, al subir al automóvil el amigo se percata de que el auto está lleno de juguetes y comida regada, entonces el anfitrión le dice a su amigo: “disculpa el desorden, es que cuando uno tiene niños pequeños es inevitable, mi niña mantiene mi auto sucio. Días después el amigo invita a una reunión a su compañero de trabajo y a la esposa de este, como es habitual llegan tarde y antes de que el dueño de casa diga algo, la esposa de su amigo dice: “Disculpa nuestra tardanza es que nuestra niña demanda mucho tiempo y no nos permite salir temprano”.

¿Se dan cuenta? La niña solo tiene cinco años y ya es culpable de los retrasos, el incumplimiento y hasta el desaseo de sus padres. Crecemos como culpables de lo que hacen nuestros padres, ellos son las víctimas de sus hijos así estos no tengan la madurez suficiente para tomar el control, muchos padres optan por esta alternativa porque es más fácil actuar así que hacer lo que les corresponde hacer y continúan durante muchos años programando a sus hijos con la marca de la culpabilidad. Algunos llegan a culpar a sus hijos de sus fracasos y sus erradas decisiones y hasta le atribuyen a sus hijos su infelicidad.

EL DESPLAZAMIENTO DE LA RESPONSABILIDAD

Caso 3 – La niña de cinco años de la historia anterior comenzó a darse cuenta de que sus padres no se quedaban con la responsabilidad de lo que hacían, por el contrario era frecuente escuchar a sus padres buscando a quien culpar, es así como al crecer la niña siguió haciendo lo mismo, un día mientras jugaba con su hermanito de tres añitos se cayó golpeándose sus rodillas, inmediatamente miró a su hermanito, luego lloró y finalmente lo empujó; aunque su hermanito no provocó la caída de la niña, ella siente la necesidad de culpar a alguien, como cuando un conductor trata de parquear su automóvil en reversa y golpea el carro del vecino, luego exclama: “El estúpido vecino dejo el auto mal parqueado”.

Esta es otra de las marcas con las que crecemos, optar por el camino fácil cuando hay dificultades, cuando nos vemos señalados por nuestros actos es más fácil decir “es que tu” o cómo canta Arjona “Fuiste tú” nos cuesta admitir que hemos cometido un error y aunque tenemos grabada la famosa frase de cajón “nadie es perfecto”, buscamos justificar nuestros actos y peor aún ubicar la responsabilidad en otros aunque no somos perfectos, nos es difícil demostrar nuestra vulnerabilidad, que también cometemos errores y que muchos de ellos son única y exclusivamente nuestra responsabilidad, entramos en discusiones tontas tratando de convencer a los demás de que ellos son los culpables sin siquiera pensar en la posibilidad de que nosotros seamos por lo menos en parte responsables. Esta marca llegó por cuenta de nuestros padres cada vez que permitieron que miráramos hacia otros horizontes buscando responsables de nuestras fallas, de igual manera crecimos con expresiones que denotan la responsabilidad de otros en el resultado que obtuvimos en nuestra vida, con frases como: “Es que mis padres me trataron así, yo también trato así”, o como dice la canción “yo soy rebelde porque el mundo me hizo así”.

Estas tres marcas son más comunes de los que creemos, llegan a nosotros como ideas sutiles que con el tiempo empiezan a moldear y a gobernar el   comportamiento y se convierten en formas de pensamiento tan frecuentes que nadie las relaciona con su fracaso, sus malas relaciones o su infelicidad, lo cierto es que nos causan mucho daño a nivel personal y en nuestras relaciones con los demás.

Para trabajar en ellas debes primero hacerte consciente de la realidad de estas marcas en tu vida y luego comenzar a analizar tu comunicación para saber en qué momentos se manifiestan tales marcas, para así comenzar a desafiarlas con idas contrarias.

Autor: Wilman Cuellar

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