
Aquel día, el sol apenas se asomaba entre las casas del barrio cuando Don Elías, un hombre trabajador y de palabra firme, decidió dar un paseo para despejar su mente. Caminaba tranquilo, disfrutando de la brisa matutina, cuando de repente, un feroz ladrido rompió la paz del momento.
—¡Dios mío! —alcanzó a exclamar antes de ver al enorme perro salir disparado de una casa.
Sin darle tiempo a reaccionar, el animal lo atacó, hundiendo sus colmillos en su pierna. El grito de Elías retumbó por la calle. El perro, como si supiera que había hecho un daño, huyó corriendo de regreso a la casa de donde había salido.
Con la pierna sangrando y el pantalón desgarrado, Elías se tambaleó hasta la puerta de esa casa. Tocó el timbre y nada. Golpeó. Y nada.
—No me moveré de aquí hasta que den la cara —decía entre dientes, soportando el dolor con el orgullo herido.
Al regresar a casa, su esposa, Clara, quedó horrorizada al ver la herida.
—¡Eso está muy mal, tienes que ir al médico ya! —le suplicó.
—¿Estás loca? Si voy y me curan, ese infeliz nunca sabrá el daño que su perro hizo.
—¡Pero te estás muriendo de dolor! Dijo su esposa
—No me importa. Él tiene que responder.
Volvió al día siguiente. Y al otro. Pero nadie abría y así los días pasaron. La herida empeoraba. Clara lloraba en silencio, mientras él se arrastraba hasta la puerta de su desgracia, esperando justicia.
Una semana después, acudió a la policía. Luego a salud pública. Finalmente, al alcalde.
—Necesito que obliguen a mi vecino a responder —decía con voz débil.
—Señor, su salud está en riesgo. Debe tratar esa herida —le decían todos. Pero él se negaba. Su lucha no era contra la infección, sino contra la injusticia.
Cuando por fin aceptó ir al hospital, ya era demasiado tarde. El médico lo miró con pesar.
—Don Elías, la infección ha avanzado demasiado. Debemos amputar su pierna para salvar su vida.
Y así fue. Por no cuidarse a tiempo, perdió una parte de sí mismo, esperando que otro se hiciera responsable.
Mientras yacía en la cama del hospital, con lágrimas silenciosas y una mezcla de dolor y arrepentimiento, finalmente comprendió que: había olvidado lo más importante… su propia responsabilidad.
“La responsabilidad personal es el precio de la libertad.” – Elbert Hubbard
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Autor: Wilman Cuellar
Mental Coach – Conferencista – Miembro del Maxwell Leadership, Gerente de Global Minds Network